domingo, 6 de septiembre de 2009

Lo mejor de Córdoba, en su estado más puro

En los últimos años, el desarrollo turístico cordobés creció notablemente. Las bondades de las sierras se propagan por todo el mundo, y miles de personas se suman por temporada a la experiencia de las Altas Cumbres, o jugar a ser alemanes por unos días en Villa General Belgrano. Sin embargo, como cualquier lugar en el globo, también tiene su rincón escondido. En este caso se trata de El Durazno, una pequeñísima localidad de tan sólo 15 habitantes (¡!) ubicada a siete kilómetros de Villa Yacanto, en el Valle de Calamuchita. Sin luz eléctrica ni agua corriente, se erige tal vez como uno de los últimos parajes de la región sin explorar (ni explotar). Y por eso es el más puro.

La escala de verdes es la primera gran sorpresa: la aridez que la precede parece no hacerle mella, y la culpa es del río homónimo sobre el que descansa. Cristalino y frío (es agua de deshielo), en verano es parada obligatoria para refrescarse. Caminarlo ofrece una variedad de paisajes impensados, sobre todo si se incluye en la ruta el magnífico (y en muy buen estado) puente colgante. También se puede practicar pesca con mosca y señuelos (siempre con devolución obligatoria). Pero la mejor experiencia es coronar la jornada sentado en una piedra, leyendo un libro, con el correr del agua como única música de fondo, esperando el anochecer.

La única posibilidad de hospedaje son los campings (aunque algunos también empiezan a ofrecer cabañas), prolijos y muy bien atendidos. En su mayoría son estancias reacomodadas a los apurones, en donde sus dueños todavía se encuentran encantados con la nueva oportunidad. Curioso, pero entendible: las proveedurías son también los almacenes del barrio.

Para los que van sin auto, la caminata desde Villa Yacanto hasta la poblada (imposible hacer dedo) se hace difícil. Pese a ser en constante bajada, el sol arde, y no hay sombras donde descansar. El estímulo, sin embargo, no tarda en llegar: como la platea de un anfiteatro, la recompensa final se deja ver a los pocos minutos. Y no es ni más ni menos que un oasis, todo verde y puro, sin fábricas de dulces cada vez más industriales.

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